La lámpara, que siempre me acompaña a partir de las seis de la tarde, cada vez da más calor. El bolígrafo negro espera abierto sobre el cuaderno. Los dedos, impacientes, no saben dónde situarse. Pasan los minutos y no me viene nada nuevo a la cabeza. El desorden me amenaza y multitud de ideas negativas comienzan a pasarme por el pensamiento. Así no puedo, está claro.
El momento es cada vez más estresante. El tiempo se detiene y con él todo lo que me rodea. “¿De qué narices voy a escribir yo hoy?”, me pregunto por decimoquinta vez. Abro los periódicos, internet, algún que otro libro…pero nada. Es imposible. No encuentro ningún tema que consiga llamarme la atención.
Todo comenzó aquel domingo por la tarde. Nada me intrigaba y mi cabeza se encontraba a la deriva en un mar de recuerdos. Por mucho que intentara salir de ahí, no lo conseguía. Recuerdos y más recuerdos que fueron cubriendo el día a día con una neblina gris y monótona.
He de ser sincero. Las primeras tardes desistí. No pasaba más de cinco minutos delante del ordenador y tras echar la mirada atrás, me levantaba y me marchaba a dar un paseo. Luego fueron llegando los días en que tenía ganas de sentarme y contarte algo, pero en los que no encontraba la tecla mágica que me hiciera comenzar el relato.
Y en estas estoy. No sabía cómo vencer a mi enemigo y al final, creo, me he unido a él. No sé si será la manera de vencer esta apatía, mañana lo veré, pero he pensado que contándote lo que sentía me encontraría mejor. Sé que esto no es un resumen de la actividad política del día, ni mucho menos un análisis de las últimas palabras de Chávez, pero necesitaba contarte esto. Estoy seguro de que lo entenderás. Hasta otra compañer@.